lunes, 4 de octubre de 2010

Indicios encubiertos

Parpadeos arrítmicos delatan hoy tu nerviosismo. ¿Qué es lo que esperas? ¿Qué has venido a buscar?

No consigo comprender el sentido de los gestos de tu rostro. Tomas mi mano de la forma más natural posible, avanzando pausada entre la multitud. ¿No te das cuenta? Me cuesta discernir los solsticios de los equinoccios. El pulso se me acelera, y en el momento en que nuestras yemas pierden el contacto, una mezcla de vacío y pulsión me invade por completo.

Casi incapaz de contener los instintos cuando me hablas a diez centímetros de distancia, intento centrar mi atención en tus palabras, que inocentes abandonan tus labios para desplegarse en mis oídos, sin saber que cada una de ellas horada con firmeza mis murallas. Aquellas que construí tiempo atrás y hasta hoy habían permanecido indemnes.

No lo entiendo. Mi razón trata de repeler lo que mi corazón atrae. Pero no puede lograrlo. Los pretextos se desgastan por momentos, y los ideales que una vez creé sobre ti y que ya tomé por ficticios se convierten en realidad poco a poco, transformados por los movimientos de aquel viejo reloj de pared.

Y ahora faltan dos minutos para las tres. El tiempo se consume como una mecha incandescente, y una vez más no reúno el valor para cruzar la línea que divide nuestros mundos.

Están a punto de repicar las campanas de la despedida. Si al menos tus episodios delataran algún vestigio que alimente mi esperanza, podría la partida transformarse en un principio de intenciones.

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