miércoles, 29 de septiembre de 2010

Sombras tristes

Marta salió como cada día de trabajar a las seis en punto de la tarde. Era un miércoles como otro cualquiera de finales de septiembre. El Sol descendía por el horizonte, y sus rayos encaraban sus cansadas facciones.

Arrastró sus pies hasta la parada del autobús, pero tomó otro distinto al habitual. Se sentó en la penúltima fila, apoyando la frente contra el cristal. El vaho que formaban sus exhalaciones se fue haciendo más intenso con el transcurso del tiempo, así que lo utilizó para escribir. Pintaba palabras incoherentes y vacías, palabras que no decían nada.

Hacía ya casi un mes, pero desde entonces había vagado sin rumbo, como un ente sin alma, esperando a nada, sin intentar siquiera salir de aquel oscuro pozo. Ya no tenía fuerzas para seguir luchando, ni ganas de volver a sonreír. Las dulces melodías se habían convertido en ecos desafinados de la noche a la mañana.

Parecía como si el tiempo se hubiese detenido en aquel autobús. Seguía aniquilando sus entrañas. Llevaba un tiempo pensando en aquello, repasando su calendario de desdichas y buscando motivos para hacerlo. Era lo único que ocupaba su mente desde aquel momento, pero no se había atrevido a dar el paso.

Hasta hoy.

Por fin alcanzó su destino. Descendió la escalera que la devolvió al asfalto firme, aunque sus pensamientos flotaban en un universo paralelo. Ante ella se encontraba el puente donde una vez se conocieron, impasible ante el paso del tiempo, comunicando ambas riberas de un río que acuciaba los lejanos días del deshielo.

Se sentó en medio durante horas ignorando a la gente que pasaba a su lado y a los perros que se acercaban a olisquearla. Cuando la única luz remanente en aquel viejo puente fue debida a la tenue incandescencia de dos antiguas farolas y el efluvio de personas se disipó casi por completo, decidió que había llegado el momento.

Abrió su mochila y sacó de ella una cuerda. Ató un extremo a los hierros del puente y el otro a su cuello. Casi de modo automático, se subió a la barandilla y miró hacía abajo. Fue entonces cuando volvió a un estado consciente y se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Una mezcla de miedo y vértigo invadió su estómago, sus piernas comenzaron a temblar y estuvo a punto de perder el equilibrio.

Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. ¿Por qué lo habían hecho? No podía quitarse de la cabeza aquella imagen que se quedó grabada en su memoria para siempre, detalle a detalle. Aquella tarde en la que volvió a casa antes de lo previsto y encontró a su pareja y su mejor amiga en su habitación, aplacando sus instintos sin un ápice de remordimiento.

¿Por qué? Eran las dos personas en las que más confiaba, y allí estaban, traicionando todos los valores que una vez forjaron juntos. Su vida ahora carecía de sentido, y lo mejor era acabar con ella cuanto antes.

- ¿Qué estás haciendo? - Oyó una voz a su espalda.

- ¿No lo ves? Creo que parece evidente - dijo Marta entre sollozos.

- Sí, lo veo. Lo que me pregunto es qué pretendes obtener con ello.

Aquel hombre parecía mantenerse impasible ante la situación.

- Huir de mi pasado. Nada en él merece la pena. Los buenos momentos fueron todos ficticios, y me siento incapaz de superar los malos.

- Ni siquiera tú crees lo que dices. Realmente eres consciente de que estás intentando huir de tu futuro, no de tu pasado, ¿verdad?. Crees que volverás a pasar por lo mismo una y otra vez, que la historia se repetirá en cada decisión que tomes. Pero cada persona es un mundo misterioso y fascinante por conocer, y no todos actuarán del mismo modo. Es posible que tuvieras mala suerte en tus anteriores episodios, y que utilizaran tu buena fe en su propio beneficio. Pero por suerte, la mayoría de la gente no es así.

- ¡Cállate! ¿Qué te importa a ti mi vida? Déjame y vete.

Marta finalmente rompió a llorar, dudando cada vez más de si lo que estaba haciendo era lo correcto.

- Por favor,mírame a los ojos un momento, y dime sin vacilar que estás dispuesta a perderte todo lo que este mundo tiene preparado para ti.

Ella se giró y miró por primera vez a su física conciencia. Al hacerlo, sintió una punzada en el corazón que le recorrió todo el cuerpo hasta la última vértebra. En ese instante todo su universo cambió para siempre.

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