sábado, 25 de diciembre de 2010

Un último suspiro

Y no fue hasta hoy que descubrí
que caí de la cama al suelo en zona de gravedad cero.
Sobre la alfombra de esparto,
sobre un suelo desnudo, qué sé yo.

Y allí dormí aletargado, sin fuerzas para levantarme,
encogido en posición fetal,
rodeado de pensamientos encontrados
que no llevaban a ninguna parte.

O eso creía,
hasta que me descubrieron ante ti.
No necesité verte llegar para advertir tu presencia,
pues se alteraron mis latidos.

Quizá fue un abrazo sincero,
un aliento cálido
el que sentí desde detrás ascendiendo por mi cuello,
mas no puedo saberlo.

Y es por eso que no avanzo, que no inicio la ascensión
hacia el colchón,
porque no sé si en esta estación hay pancartas de bienvenida
o sólo una pequeña postal
con un collage de fotografías de turista.
No sé si nuestro encuentro
fue un paseo en barca por el lago de los cisnes
o tan sólo la necesidad de cruzar el río sin ser arrastrados por la corriente.

Creo que quedaron claras las intenciones,
pero no logro recordarlo.

Después de revolver todos los cajones
y no encontrar lo que buscaba
quisiste abrirlos una vez más
para darme la oportunidad de cambiar el escenario,
pero los volviste a cerrar.

No comprendo nada,
mas todavía aspiro a encontrar la fuente de calor
en este frío invierno de Madrid.

Aún no es demasiado tarde.

Aún hay flores en los tejados
y escarcha en las farolas.

Todavía puedo gritar
que es posible que haya visto en lo más profundo de tus ojos
la sonrisa de la Luna
y me sobran motivos para pensar
que el futuro iluminará nuestras tardes de domingo
si amanezco a tu lado.

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