viernes, 3 de diciembre de 2010

Errante

Y el teléfono no suena.

Será la espina que se clave en las pupilas de tus ojos al cerrarse, el gesto desencajado al mirar por la ventana del campanario mientras se precipita por el acantilado.

¿Por qué ayer no dejaba de sonar?

Fue el camino hacia las nubes de algodón, la mirada hacia el horizonte en un atardecer de verano, el contacto de una pluma con el borde de tu piel.

¿Y qué hará mañana? No quieras saber qué hará mañana. Es mejor no pensar en ello.

Es mejor olvidar.

Pero el teléfono no suena.

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