viernes, 13 de agosto de 2010

La gaviota

Aquella gaviota vagaba sin rumbo.

No era la primera vez que le ocurría, pues nunca tuvo sus ideas muy claras. Pero aquella vez empezaba a divisar su objetivo.

No obstante, se veía incapaz de tomar una decisión. Ya se había arrojado hacia otros objetivos en anteriores ocasiones, y los resultados habían sido nefastos. Mas la gaviota sabía que los momentos pasados no deben condicionar el presente, no son más que retazos imantados a nuestro ser que algún día deberían invertir su polaridad, pero mientras tanto no hacen sino frenar nuestro avance.

Por ello tomó la decisión de intentarlo. Había visto algo especial en este objetivo, algo en su interior le decía que era diferente de todos los anteriores, y no quería perderlo. No obstante, aún no tenía la total certeza de que fuera lo que andaba buscando, por lo que decidió aproximarse poco a poco para tantearlo, sin dar un paso en firme.

Favonio, Dios del viento de Poniente, sabio y temerario a partes iguales, vio lo que acontecía e interpretó su prudencia como indecisión, por lo que decidió echarle una mano. Sopló con todas sus fuerzas y dirigió a la gaviota hacia su destino, pero con tal velocidad que ésta lo rebasó de cerca como una exhalación. La presa se asustó y escapó despavorida.

Cuando Favonio se quiso dar cuenta de lo que había ocurrido, ya era demasiado tarde. El objetivo se mostraba inquieto, y la gaviota era incapaz de acercarse sin sentir la presión del desengaño.

Pero Favonio aprendió una lección muy importante. Los dioses no deben modificar el curso de los acontecimientos del mundo real. Éstos fluyen por sí mismos de la forma más natural posible, y cualquier influencia externa puede hacer que se desmoronen.

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