martes, 1 de febrero de 2011

Inviernos sin aire

Con los pies sobre la almohada y la cara contra el asfalto. La retina desgastada y las maderas inundadas tras este invierno mojado.

Con la certeza de que aprender a andar implica asumir los tropiezos y predecir los desplomes. Con la incertidumbre de un niño que abre por primera vez los ojos y la templanza de un anciano que los cierra por última.

Desde lo alto de aquel canal se escuchaban el canto de los gorriones y el llanto de las canciones de un viejo músico ambulante. Una vez más había acabado allí, sentado en ninguna parte esperando la nada. Frente a él, al otro lado del río, una muchacha de gestos inquietos miraba incesante su teléfono. Tras él, a las puertas de aquel antro, vomitaba el tercer borracho que había abandonado su suerte al alcohol y su vida a la embriaguez, tras ser expulsado a empujones del local.

Sin apenas observar, miró al cielo, inundado aquella noche por un inmenso manto de estrellas difuminadas por las farolas de aquella pequeña ciudad sin nombre, de historias sin contar, de flores sin regar, de muertos casi vivos y vivos prácticamente muertos.

Mientras los restos de raíces le mantenían aún anclado al suelo, su teléfono volvió a sonar. Vagamente, apenas perceptible, enmudecido tras la tela del bolsillo de su pantalón. Dejó que sus ojos sangraran tormentas de incienso hasta que se agotó la paciencia del interlocutor.

El tiempo pasaba pero todo permanecia inmutable, como si la imagen de aquel infierno hubiera consumido sus llamas. De repente escuchó a su espalda unos pasos inconfundibles. Quiso salir corriendo, pero la desgana y la culpa se lo impidieron. Se sentó a su lado en aquel banco de piedra castigado ya incontables veces por las cenizas de antaño.

- ¿Otra vez rendido a la batalla?

- Abuelo, ¿de nuevo aquí? Ya te dije que no quería volver a escuchar tus consejos. Nunca me han llevado a ninguna parte.

- El que decidió aferrarse a un pasado marchito fuiste tú, hijo, no yo. Mi única intención es que sigas caminando. Hace ya seis meses de aquello, ¿pretendes continuar así por siempre?

- Fue muy difícil, ya lo sabes. Lo era todo para mí, y un día desapareció, sin más. Sin dar noticias ni explicaciones. Sin motivos, sin razones. Me dejó sin nada.

- Hay momentos en los que uno debe decidir si dejarse llevar por el torrente o andar a contracorriente. Arrastrarte eternamente te sumirá en el caos más absoluto. Y no sólo a ti. Piensa en los que te llevarás contigo.

- No te entiendo. ¿A qué te refieres?


El teléfono volvió a sonar. Alzó su mirada, y sus ojos se encontraron con los de la chica, quien lentamente descendió la mano desde su oído mientras sus párpados se inundaban de lágrimas y su corazón de verdades inaceptadas.

Eran las diez y veintitrés de la noche. Momento en que otra luz se apagaba en aquella ciudad cada vez más oscura, cada vez menos clara.

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